Guía del autoestopista galáctico
La Enciclopedia Galáctica define un robot como un aparato mecánico diseñado para hacer el trabajo de un hombre. La división de marketing de la Corporación Cibernética de Sirius define un robot como "Tu amigo plástico con el que es divertido estar." La Guía del autoestopista galáctico define la división de marketing de la Corporación Cibernética de Sirius como "un grupo de idiotas sin sentido que serán los primeros en ir al paredón cuando llegue la revolución."
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El Corazón de Oro huyó silenciosamente a través de la noche del espacio, ahora con una transmisión de fotones convencional. Su tripulación de cuatro personas estaba descontenta sabiendo que se habían reunido no por su propia voluntad o por simple coincidencia, sino por alguna curiosa perversión de la física, como si las relaciones entre las personas fueran susceptibles a las mismas leyes que gobernaban las relaciones entre los átomos y moléculas.
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No tendría sentido preguntarle a Zaphod. Nunca parecía tener una razón para nada de lo que hacía: había convertido la insondabilidad en una forma de arte. Abordó todo en la vida con una mezcla de genio extraordinario e incompetencia ingenua y a menudo era difícil saber cuál era cuál.
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Nada es capaz de viajar más rápido que la velocidad de la luz, con la posible excepción de las malas noticias, que obedecen sus propias leyes especiales.
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Trillian había llegado a sospechar que la razón principal por la que Zaphod había tenido una vida tan salvaje y exitosa era porque nunca entendió realmente el significado de nada de lo que hacía.
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Además, el estraj prestará con mucho gusto al autoestopista cualquiera de dichos artículos o una docena más que el autoestopista haya "perdido" por accidente. Lo que el estraj pensará es que cualquier hombre que haga autoestop a todo lo largo y ancho de la galaxia, pasando calamidades, divirtiéndose en los barrios bajos, luchando contra adversidades tremendas, saliendo sano y salvo de todo ello, y sabiendo todavía dónde está su toalla, es sin duda un hombre a tener en cuenta.
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Y lo que es más importante: una toalla tiene un enorme valor psicológico. Por alguna razón, si un estraj (estraj: no autoestopista) descubre que un autoestopista lleva su toalla consigo, automáticamente supondrá que también está en posesión de cepillo de dientes, toallita para lavarse la cara, jabón, lata de galletas, termo, brújula, mapa, rollo de cordel, rociador contra los mosquitos, ropa de lluvia, traje espacial, etc.
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Ni siquiera moverían un dedo para salvar a su abuela de la Voraz Bestia Bugblatter de Traal, a menos que recibieran órdenes firmadas por triplicado, acusaran recibo, volvieran a enviarlas, hicieran averiguaciones, las perdieran, las encontraran, las sometieran a investigación pública, las perdieran de nuevo y finalmente las enterraran bajo una turba para luego aprovecharlas como papel para encender la chimenea.
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Creo que, en el fondo, el verdadero problema es, para ser francamente honesto contigo, que nunca has tenido muy claro cuál exactamente debería ser la pregunta.
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Los Shaltanac tenían una frase similar, pero dado que su planeta es algo excéntrico botánicamente hablando, lo mejor que pudieron inventar fue: "el arbusto jobeberry del otro Shaltanac es siempre un rosa rojizo de un tono más violeta." La expresión pronto cayó en desuso, y los Shaltanacs no podían más que ser felices, para sorpresa de todos los demás en la Galaxia, que no se habían dado cuenta de que la mejor manera de no ser infelices es no tener una frase para ello.
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Por supuesto, es perfectamente natural suponer que todos los demás lo están pasando mucho mejor que tú. Los seres humanos, por ejemplo, tienen una frase que describe este fenómeno: "la hierba del otro siempre es más verde".
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Es muy posible que su observación hubiese recibido mayor atención si hubiera existido la conciencia general de que los seres humanos solo eran la tercera forma de vida más inteligente del planeta Tierra, en vez de (como solían considerarla los observadores más independientes) la segunda.
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Afirmaron que la primera versión de la oración era la más agradable desde el punto de vista estético, convocaron a un poeta calificado para declarar bajo juramento que la belleza era la verdad, la verdad la belleza y por lo tanto esperaban probar que la parte culpable en este caso fue la vida misma por no ser bella o verdadera. Los jueces estuvieron de acuerdo, y en un emotivo discurso sostuvieron que la vida misma estaba en desacato, y se la confiscaron debidamente a todos los presentes.
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Los editores de la Guía fueron demandados por las familias de los que murieron como resultado de tomar la entrada en el planeta Tralal de manera literal. Decía: "Las bestias voladoras voraces a menudo hacen una muy buena comida para los turistas visitantes" en lugar de "Las bestias voladoras voraces a menudo hacen una muy buena comida de los turistas visitantes".
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Un destello de luz formó un arco en la estructura y mostró con claro relieve los contornos que se formaban en la oscura esfera interior. Contornos que Arthur conocía, formas ásperas y apelmazadas que le resultaban tan familiares como la configuración de las palabras, que eran parte de los enseres de su mente. Durante unos momentos permaneció en un silencio pasmado mientras las imágenes se agolpaban en su cerebro y trataban de encontrar un sitio donde resolverse y encontrar su sentido.
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Ford miró a Arthur con un destello de ira en los ojos. Ahora que sentía terreno familiar bajo sus plantas, empezó a lamentar de pronto el haber cargado con aquel primitivo ignorante que sabía tanto de los asuntos de la Galaxia como un mosquito de Ilford de la vida en Pekín.
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Su consola principal estaba instalada en un despacho de dirección de un modelo especial, montada sobre un enorme escritorio de la ultracaoba más fina con el tablero tapizado de lujoso cuero ultrarrojo. La alfombra oscura era discretamente suntuosa; había plantas exóticas y elegantes grabados de los programadores principales del ordenador y de sus familias generosamente desplegados por la habitación, y ventanas magníficas daban a un patio público bordeado de árboles.
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Al fin no pudo soportarlo más. Alzó las cabezas al cielo, dio un alarido en tercer tono mayor, arrojó la bomba al suelo y echó a correr en línea recta, entre el mar de radiantes sonrisas súbitamente paralizadas.
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Subía agua hirviente por debajo de la burbuja: manaba a borbollones. La burbuja se agitaba en el aire, moviéndose y meciéndose en el chorro de agua. Subió y subió, arrojando pilares de luz al farallón. El chorro siguió subiéndola y el agua caía nada más tocarla, estrellándose en el mar a centenares de metros.
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Zaphod atravesó la pared del globo y se sentó cómodamente en el sofá. Extendió los dos brazos por el respaldo y con el tercero se sacudió el polvo de las rodillas. Sus cabezas se movían de un lado a otro, sonriendo; alzó los pies. En cualquier momento, pensó, podría gritar.